Martina (Final)

 

Cuando llegaron a la capilla, dos de ellas se negaron a entrar en primera instancia, aduciendo que ese día no tocaba misa y que querían seguir el paseo por otro lugar, y sorprendentemente Martina había accedido de buena gana cuando su padre se lo había pedido. Cuando el sacerdote la vio a la muchacha, algo en sus ojos cambió, y cuando se hallaron en el confesionario, una negra sombra se apoderaba del lugar.


Una vez  terminado, y con el mal ya hecho,  la corrompida mente del sacerdote no había arrojado sino frases evasivas, y entre éstos y la rotunda negatividad de sus otras hijas Justo había resuelto descorazonado el regreso al hogar.

El día anterior al desastre, había sido el preludio del final, y un acto desastroso y sanguinario había anulado la ya pobre salud mental de aquel desdichado: había hallado a su esposa brutalmente cercenada, con los miembros desperdigados por la sala, y su cabeza se hallaba cruzada a hachazos, y los ojos habían desaparecido entre la masa gris sanguinolenta; la vagina había sido parcialmente arrancada a mordiscos, al igual que parte de los muslos y un pie, y lo más sorprendente era que frente a este espectáculo, esos engendros que habían sido antaño sus hijas  reían histéricamente vueltas hacia las esquinas del cuarto.

La mañana del lunes, vecinos informaron sobre un espantoso grito en la casa de Justo, y más tarde la radio transmitía con profundo pesar la desaparición de las tres hijas y el macabro hallazgo de los restos desperdigados de una figura femenina, presumiblemente de la señora del hogar en la sala del inmueble, y el cuerpo de Justo colgando de una viga del patio trasero.

 

La historia cuenta que, si te acercas un día específico alrededor del terreno donde se hallan los restos carbonizados la casa, puedes observar tres siluetas femeninas, extremadamente altas, y si aguzas el oído puedes escuchar risas guturales alrededor y esta frase: “Nos has escuchado, así que gozarás de nosotras, como elegido… y morirás”.

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