Martina

 

















Dice el adagio popular, que nadie muere la víspera... Pero como esto no siempre resulta ser verídico, la vida de Justo Caicedo tenía ya colocado el ticket de viaje final desde ese fatídico lunes.


Justo era un comerciante informal establecido en la bella ciudad de X…, famosa por la hermosura y sencillez de sus mujeres, la parsimonia de los caballeros y la tan ansiada pasividad de su contorno geográfico; Justo había nacido y crecido aquí, se había casado con una hermosa señorita del pueblo vecino, y había procreado tres muchachas de belleza sin par en todo el entorno.

De las tres hijas de Justo, Martina, la menor, había heredado además de la apostura de su madre y de la simpatía de su padre, una suerte de poderes sensoriales, que le permitían visualizar cosas que normalmente  no deberían verse…, nunca; y como ahora cursaba la edad de 12 años, había crecido interactuando con dichas cosas-seres-entidades, que si bien en su momento no habían causado mayor daño, producían en los padres el temor y la desesperación frente a lao desconocido.

Un mes antes de la tragedia, Martina, junto a sus hermanas, había desaparecido alrededor de cuatro días del hogar sin dejar ningún rastro, y Justo, no queriendo preocupar a su esposa había preferido inventarles un viaje, y las había estado buscando incansablemente por el bosque que rodeaba el poblado, por si las hallaba sin sentido… o algo peor, mas todas las búsquedas habían sido infructuosas

Las muchachas habían aparecido la mañana del tercer día, sin signo alguno de violencia o cualquier incidente, pero completamente desnudas y con una escarificación en la espalda baja, de forma indefinible a simple vista, pero algo parecida a un signo rúnico sumamente antiguo; ningún justificante presentaron ellas a su padre sobre la desaparición, ninguna anormalidad saltaba a la vista de la ignorante madre, pero una suerte de rito religioso y metódico comenzó a hacer gala en el cuarto de las chicas desde esa noche.


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